martes, 29 de noviembre de 2011

El Viajero Encerrado

El viajero encerrado

Más vale tarde que nunca, sí eso fue lo último que pensó después de recorrer todos los lugares inimaginables y visitar todas aquellas gentes que abrían en su corazón un abismal sentimiento de grandeza, y que le sobrecogía hasta el más íntimo recoveco de su cuerpo.

-Es como si Dios a veces se parase y te mirase fijamente, hay tanta belleza en algunos sitios, que hace que me sobrecoja.

Dio un paso más, y cayó desde más de cien metros de altura. Voló y voló como aquellos pájaros rojizos que entonaban su música como si se tratara de un concierto, como las águilas imperiales sobrevolando el mundo haciendo de él como de un sitio más seguro, hasta introducirse en el agua pura y limpia llena de vida.



El cuello de la corbata le apretaba así que se lo aflojó, se colocó el sombrero y siguió estrechando la mano de todos aquellos hombres vestidos de negro, con corbatas negras, y lamentos negros. No es que le incomodara la situación, pero ¿era necesario tanto dramatismo por personas a las que ni siquiera conocía, ni sabia su nombre? Ellos sólo se limitaban a pasar, algunos le daban su más sincero pésame y se volvían a marchar.

No sabía mucho sobre la vida de su padre, sólo que fue un gran hombre de negocios, con poco tiempo para su familia, es decir sin tiempo para él. Recordaba vagamente cuando se acomodaron en la gran ciudad, pero apenas recordaba a su madre. Recordaba su primer colegio, pero no a su padre acompañándole como a los demás niños, no es que fuera un mal hombre, sólo se preocupaba por su educación y de que no le faltara de nada. Según él, – la disciplina es la formación de un hombre-. Nunca llegó a entender el significado verdadero de la frase pero debía ser algo muy importante ya que su padre nunca paraba de repetirla. Vestía siempre de traje y corbata, al menos era así como le recordaba, nunca hablaba demasiado en casa, y si algo heredó Rómulo de él fue sobretodo esta parte.

Sumergido en sus pensamientos un hombre viejo pero muy elegante se paró delante de él, como esperando a que Rómulo le dijera algo…Tornó los ojos hacia arriba en señal de respeto y el hombre viejecito le cogió de la mano, le dio su pésame y con una voz dulce y embaucadora le pidió que se reuniera con él al término de la ceremonia. El anciano se retiró y Rómulo le acompañó con la mirada vagamente, pero una mano se topó en su mirada, y se dio cuenta que no podía descuidar la fila de desconocidos y siguió apretando manos y recibiendo pésames.

Estuvo allí sentado poco rato más ya que le comía la curiosidad,- a lo mejor es mi abuelo- se decía en su mente-, así que pronto lo descubrió. El anciano le estaba esperando al lado de un coche negro antiguo pero a la vez muy elegante, era como un reflejo del viejecito, Rómulo sonrió en su interior y se acercó. El anciano le pidió que se introdujera con él en el coche, y eso fue lo que hizo, total no tenía nada mejor que hacer. Una vez dentro le comunicó su nombre, Albert, que describía a la perfección su planta. Entonces Albert comenzó a hablarle de su padre, de sus negocios y de números; socios, empresas, declaraciones, testamentos y más dinero. Rómulo se perdía en sus pensamientos, él creía que este hombre que parecía tan simpático podría ser su abuelo, pero en vez de eso, le empezó a llenar la cabeza de números sin ninguna consideración a su pesar, que no es que sintiera mucho, más que eso lo que él sentía era nada, porque nadie nunca le había hablado de nada, por eso no era capaz de describir sus sentimientos, no sabía si era pena, miedo, locura o qué, pero sentía algo que quería descubrir.

-Oye chico te has quedado callado, que dices, ¿te parece buena la idea?

Obviamente Rómulo se había perdido desde la segunda frase y no se había enterado de nada, le dio un pequeño espasmo, miro a Albert y le dijo que hiciera lo que tuviera que hacer, abrió la puerta del majestuoso coche y se alejo de allí andando y sin mirar atrás. El viejecito salió del coche y le preguntó que a dónde iba, que le diera una respuesta concreta, pero Rómulo ni se detuvo, no sabía a dónde iba pero sus pasos se alejaban y el hecho de no saber a dónde le dirigirían le causaba más excitación que cualquiera de las otras cosas que en su vida, si se podía llamar así, le habían causado antes.

Antes de nada, si es que había un plan, se dirigió a su casa recogió algunas cosas las metió en una bolsa, tomó algo de dinero y cogió la única y más bonita posesión que había tenido nunca en su vida, su BMW R69 clásica de los años 60, y sin más demora se abrochó el casco y arrancó su nueva vida. Tierra, asfalto, gasolina, y dos ruedas, ese era el único plan, si había alguno, pues ese era.

Un sonido metálico intermitente sonaba por la parte de atrás de la moto, era muy difícil apreciarlo, hasta que se hizo un poco más fuerte y fue cuando Rómulo pudo darse cuenta. No parecía grave, pero tendría que parar en cuánto pudiera. La mujer de Spadoccia le dijo que a unas cincuenta millas había otro pueblo, después de un puerto de montaña. Habían pasado 254 días y siete horas desde su partida y muchas millas había dejado ya a su espalda. Durante todo ese lago recorrido sus ojos pudieron observar toda clase de regalos para la vista, él nunca había estado mucho tiempo fuera de casa, pero era difícil no sobrecogerse ante tanta belleza.

Spadoccia era un valle entre dos montañas negras por su falda y blancas por su cima. Parecían dos colosos peleándose por hacerse con el valle. De una de ellas nacía un rio que bañaba todo el pueblo por un lateral. A lo largo y a lo ancho se extendían prados verdes y granates, debía estar empezando la primavera, porque casi todos los días llovía, lo que hizo mucho más agradable su estancia, le daba un sentido muy dramático. En Sotolargo estuvo menos tiempo, pero sus largos y frondosos bosques le envolvieron como si de un cuento se tratara. Encontró un gran lago entre la espesura, pasó allí unas noches y cuando llovía los sauces parecían los cabellos de una mujer llamando a su prometido con sus largos brazos bailando con el viento. Este momento quedó retratado en su memoria y nadie nunca se lo podría arrebatar, sabía que aquello era verdad. Aquello era algo puro y tenía más sentido que todo lo que había hecho antes. Camillas era un pueblo de camioneros y pasajeros, no tenía nada atractivo para la vista. Todos pasaban de largo sin saber sus nombres pues aquello no importaba, pero a nadie se le olvidaba dar las gracias al recibir su taza de té, eso fue lo que llamó su atención. Aquellos hombres llevaban sus pensamientos dentro y sólo ellos sabían de qué y porqué huían. Al recibir su taza de café, levanto la vista y pudo observar como lo lindo de Camillas se encontraba detrás de la barra. Su rostro era triste y sus ojos lo revelaban, negros y profundos embaucaron a Rómulo quedándose hipnotizado. Ella se sintió un poco incomoda, o al menos debió de ser así porque levantó la mirada y los dos compartieron unos segundos que parecieron siglos. Fue como un rayo de luz, y él sin dudarlo le dio las gracias y le dijo –Rómulo-, pero no hubo respuesta, se giró y siguió sirviendo tazas. No tenía a donde ir, y nadie le esperaba, así que se quedó mirándola, como si se tratara de un bonito paisaje sólo que éste tenía vida.

Rozaba ya la media noche, él había seguido inmóvil mirándola. La chica atravesó la barra y cuándo creía que la iba a perder para siempre le rozó la mano, y le sedujo como para que le siguiera. Recogió sus bultos y la siguió tímidamente guardando las distancias. Entraron en una casa de pueblo muy antigua, él continuaba siguiéndola desde la distancia, subió unas escaleras, y cuando llegó arriba ella ya no estaba, se quedó unos segundo esperando y apareció finalmente detrás de una puerta. Era algo increíble, sus cabellos dorados a contraluz iluminaban todo el pasillo de un color platino. Él había leído que antes de morir una destello blanco te guiaba para entrar en el paraíso, -¿ es esto el cielo, es este mi destino? -se dijo en su mente-, y sin dudarlo siguió sus pasos y entró.

La mañana quería entrar por las ventanas, lo que hizo qué Rómulo se incorporara, la chica seguía dormida profundamente. Todavía sus cabellos brillaban e iluminaban la habitación, era algo increíble y grandioso. Se levantó, y sin hacer ruido se vistió y salió por la puerta. Bajó las escaleras deprisa como si estuviera buscando algo, cogió su moto y se dirijo al sur. Había un pueblo por el que había pasado que se encontraba a menos de treinta millas. Estuvo sólo una noche, lo suficiente para ver todas sus maravillas. Cuando llegó, fue a un campo cercano a una pequeña iglesia donde se encontraba un mar de tulipanes que bañaban el campo, había de todos los colores, Rómulo recogió unos cuantos, los guardó con mucho cuidado subió de nuevo a su moto y puso rumbo al norte.

Llegó a Camillas a la hora de comer, y la vio detrás de los cristales, en la barra sirviendo tazas. Rómulo entró, ella le miró y se le iluminaron los ojos. Cuando los dos estaban frente a frente Rómulo sacó los tulipanes y se los entregó. Ella sonrió y Rómulo la besó por última vez. Cuando Rómulo se giró y estaba a punto de atravesar la puerta para seguir su camino ella le dijo: – Cristine…mi nombre es Cristine.

Ese nombre jamás en su vida lo iba a olvidar, ya que fue lo más bello que nunca le pasó a nadie en la vida. Muchos pensarán que sería una locura recorrer una distancia así una buena mañana, para recoger unas simples flores, por un simple detalle, pero para él era algo mucho más que eso, nada ni nadie le esperaba en esta vida, gozaba de una libertad total para regir sus actos sólo por sus pasiones, y eso fue lo que hizo, lo que en ese momento sintió.


El ruido en la moto se hizo más fuerte y cada vez era más molesto. Se encontraba ya en el puerto de montaña y el siguiente pueblo ya debía estar muy próximo, pero Rómulo seguía pensando, cuando de repente una curva muy cerrada, traicionera y con gravilla hizo que resbalara. Por suerte no iba muy rápido, y el golpe no fue duro. La moto salió despedida a una larga distancia y él resbalo por el suelo. Salió de la calzada impulsado por la fuerza quedándose tumbado unos minutos. Cuándo tuvo fuerzas para levantarse se acercó cojeando a la moto la levantó y comenzó a empujar.

Estaba atardeciendo, quedaban menos de cinco millas para llegar a Bontilla Seca. Las llanuras áridas se extendían a su alrededor y pudo observar atentamente como el sol se fundía con la roca a lo lejos en el horizonte. Los últimos rayos bañaban lo que su vista alcanzaba a ver, parecía un lago de fuego que se iba apagando para dejar paso a la tranquila oscuridad. Se detuvo unos segundos para guardar este momento en su memoria y apresuró la marcha ya que no conocía los caminos y la noche no era segura.

Cuando llegó le agradó lo pequeñito que era el pueblo, pero tenía lo suficiente y lo más importante, un taller, aunque tenía que esperar al día siguiente ya que era más de media tarde. Se alojó en un albergue, cómodo y barato. Cenó tranquilamente, hasta que un niño se acercó a su mesa a perturbar su tranquilidad, hasta ahora nadie le había molestado con preguntas, pero ese niño, que más que niño por su alegre mostacho debería tener unos trece años, empezó a incomodarle haciéndole todo clases de preguntas: -¿ esa R69 es tuya? ¿ qué eres un viajero, a dónde vas? ¿ Estás huyendo? ¿Eres un fugitivo?

- ¡Toni!, ven aquí, deja tranquilo al forastero.

El chico molesto con su madre, se retiró remoloneando.

– Me llamo Toni, y tienes una moto estupenda, me gustaría tener una así cuando sea mayor como tú. Si necesitas algo pídemelo. ¿Cuánto tiempo te vas a quedar?

-¡Toni!, ven aquí, ayúdame a separar las legumbres. –Le dijo su madre-.

Rómulo, en verdad ya no estaba tan molesto y con una voz tranquila dijo a la que parecía ser su madre: – Tranquila, está bien. El chico no me molestaba-.

Tony sonrió y fue enseguida a ayudar a su madre. Terminó su cena, y rápidamente se fue a dormir y a mirarse las heridas. Había sido una jornada muy dura, pero el atardecer había merecido la pena, eso fue lo que pensó y a él le bastaba. Cuándo despertó ya había pasado medio día, se había quedado dormido, así que se apresuró a arreglar la moto ya que no quería permanecer mucho más tiempo allí. No era por nada en especial, sino por el simple chico. Nadie antes le había hecho tantas preguntas sobre su viaje, y eso le daba miedo. Cierto es que al final el chico no le había molestado, sólo trataba de ser simpático, pero era la única persona que se había interesado por él, que le hizo preguntas muy directas, preguntas que Rómulo tenía miedo de responder, preguntas que Rómulo las disuadía de su cabeza para no tener que responderlas, le aterraba la idea de pararse a preguntar por qué hacia esto.

Nada más atravesar la puerta, el chico le estaba esperando y comenzaron sus preguntas como un zumbido en su cabeza.

- Chico -dijo Rómulo-, pero nada Toni seguía a lo suyo. –Chico -repitió Rómulo- pero este seguía igual. - ¡Toni! -grito finalmente Rómulo-. De repente el chico se calló y se detuvo detrás de él. - Oye escucha –dijo Rómulo-. No quiero ser mal educado, pero está mal hacer tantas preguntas a un desconocido, si quieres puedes acompañarme a arreglar la moto, pero no me hagas tantas preguntas. Toni asintió con la cabeza y le siguió dos pasos por detrás. – Por cierto soy Rómulo – Concluyó este.

El chico no se separó de él en todo el día, comieron juntos, y siguieron arreglando la moto. Mientras Toni no paraba de hablar, le contaba historias de todo tipo, juegos, persecuciones, niñas, piedras, pájaros, peonzas, en definitiva un delirio de palabras detrás de otras. Al fin y al cabo era un niño, y cuándo si no eres más inocente para sentir lo feliz que es la vida sin ver a los demás. Esa es la verdadera felicidad, la edad de la inocencia, la niñez.

Cuando terminaron de arreglar la moto Rómulo no lo dudó un momento: - Oye, te dejo acompañarme si me llevas a algún lado que sea bonito cercano al pueblo.

Toni se montó en la moto enseguida y dijo: – Al árbol solitario-. Rómulo se puso el casco y subió en la moto.

–Me dejas conducir - dijo Toni-. Rómulo le miro por encima del hombro con gesto tierno: - Limítate a guiarme-, y arrancó la moto saliendo a la velocidad del viento, levantando algunas hojas caídas por los bordes de la carretera.

Cuando llegaron pudo observar que el lugar hacía total justicia al nombre, el árbol solitario, pero era algo tan hermoso, un almendro en plena flor. La primavera había hecho del lugar algo maravilloso, la tierra era verde alrededor, y había un camino al lado del almendro que se perdía recto en el horizonte, bordeado con una valla de madera muy vieja y descuidada. El almendro era viejo, y arrugado, sus ramas se entrelazaban haciendo nudos entre ellas, la copa era de un color violeta y totalmente circular. Habría llovido hace poco porque las gotas caían de las pequeñas hojas y hacían un ruidito tan delicado que daban ganas de cerrar los ojos. Cerca había una pequeña colina llena de grandes rocas grisáceas y granates. Toni comenzó a hablar y por fin dijo algo que mereció la pena: - Cuentan los viejos que un gigante perdió a su amada, y la siguió por todos los lugares de este mundo, todas esas piedras enormes son el rastro que dejó el gigante para no perderse, y un día cansado de buscar se consumió en la tierra y su amor se convirtió en este esplendido almendro.

Estaba atardeciendo, y el sol se perdía por las montañas lejanas. Ambos se sentaron y esperaron a la luna. Toni, más calmado volvió a insistir: - Tu, ¿por qué estás aquí?-. Rómulo le miró fijamente y se quedo pensando unos segundos…- No lo sé -le contestó-. Tal vez sea por miedo, tal vez por buscarme a mí mismo, no lo sé.

- Pero, ¿qué haces viajas y viajas, sin más?, pues debes de ser millonario -respondió Toni-.

- Para nada, yo sólo sigo el paso que va después del otro, sólo me detengo para mirar todo aquello que merezca la pena en este mundo, aquello por lo que merezca la pena vivir; para nada soy rico, cuándo no tengo como seguir, me detengo como cualquier otro y trabajo de lo que sea, subiendo cajas, en oficinas de correos…Hasta que tengo lo bastante para subir en la moto y poner rumbo hasta el siguiente paso – contestó Rómulo-.

Obviamente Toni era muy pequeño para entender todas estas cuestiones, pero en vez de eso, le respondió algo que no se le olvidaría nunca, pues fue la inocencia de un niño de trece años la que le hizo ver la verdad: - Entonces, si viajas tanto, ¿por qué no viajas con un compañero? Si ves tantas cosas bonitas, ¿por qué no te gusta compartirlas, te gusta guardártelas para ti? A mi cuando algo me hace feliz voy corriendo y se lo cuento a todos mis amigos.

Rómulo se quedó pasmado, parado, no podía quitar la vista de Toni… Giró, y comenzó a mirar al frente buscando una respuesta, pero solo veía lo que había, un sol poniéndose, con un cielo oscuro rojizo al fondo.

-Vamos, ya es tarde y tu madre seguro que estará preocupada –dijo Rómulo-.

Ambos se subieron en la moto y recorrieron despacio las curvas. Cuando llegaron Rómulo dejó a Tony en la puerta del albergue.

- ¿Te volveré a ver? -pregunto Toni-.

-Siempre que mires la carretera, yo estaré allí –respondió Rómulo.

Condujo toda la noche. Ya estaba recuperado de sus heridas y no tenia sueño porque la noche anterior había dormido mucho. Pensó sobre todas las cosas que había hecho todo este tiempo, en todos los lugares bonitos que había visitado, todos los pueblos, las gentes, costumbres, la belleza de cada momento, pensó en Toni y también en Cristine. Pero todo esto de qué le había servido, si no lo había podido compartir con nadie, sólo él había visto lo que sus ojos habían podido contemplar, y nadie nunca podría sentir lo que él sintió. Volver, pensó, pero de qué serviría eso, no quería retomar un hilo que ni si quiera era el suyo, no tenía nada en la ciudad, salvo prisas, callejones sin salidas, y preguntas, preguntas y más preguntas. No quería soportar toda su vida a personas que sólo le quisieran por su dinero y que no compartieran nada de lo que les podía dar.

Descansó un poco a un lado de la carretera, había un pequeño árbol con un piedra en el suelo mirando hacia un precipicio. Comenzó a amanecer, y vio como el sol salía de su cueva en lo lejano. Se levantó cogió la moto y siguió conduciendo, pensaba pero ya no le atormentaban tanto como antes sus sensaciones. Llegó hasta un puente largo que cruzaba sobre un rio muy rocoso. Decidió que era una buena idea detenerse y bajar a echar un vistazo.

Más vale tarde que nunca, sí eso fue lo último que pensó después de recorrer todos los lugares inimaginables y visitar todas aquellas gentes que abrían en su corazón un abismal sentimiento de grandeza, y que le sobrecogía hasta el más íntimo recoveco de su cuerpo.

-Es como si Dios a veces se parase y te mirase fijamente, hay tanta belleza en algunos sitios, que hace que me sobrecoja.

Dio un paso más, y cayó desde más de cien metros de altura. Voló y voló como aquellos pájaros rojizos que entonaban su muisca como si se tratara de un concierto, como las águilas imperiales sobrevolando el mundo haciendo de él como de un sitio más seguro, hasta introducirse en el agua pura y limpia llena de vida, pero antes de caer pensó en ti.

- FIN-

IzanGreat